lunes, 13 de octubre de 2008

Cabellos


Se toman cabellos de una mujer en un día de menstruación, se meten entre la tierra añadida con estiércol, al principio de la primavera y cuando sean recalentados por los rayos del sol se formaran culebras. Varios teólogos afirman que los demonios estaban enamorados de los cabellos de las mujeres y que los demonios incubos (demonios que tenían relación carnal con una mujer) aficionan más a las que los tienen mejores. Las brujas daban sus cabellos al diablo en señal de pacto que habían hecho con él, y éste los cortaba en pequeños pedazos mezclándolos con ciertos polvos, los cuales daba a los brujos que se servían de ellos para hacer caer granizo, de ahí es que se dice que se encuentran en el granizo pequeños pelos que no tienen otro origen, con los mismos cabellos se obraban también maleficios. En Bretaña se creía que soplando algunos cabellos al aire se transformaban en animales, los muchachos de Plougasnou cuando hacían entre sí algunos cambios, confirmaban la renuncia, echando un cabello al viento, porque éste era antes el emblema de la propiedad; en los tiempos modernos, se han hallado cabellos dentro de varios sellos puestos en lugar de firma.

martes, 7 de octubre de 2008

Lepus

Ocurre siempre así. A las cinco de la tarde el señor Bueno llega del trabajo. Siempre a la misma hora, con el periódico bajo el brazo y el pesado maletín que lleva como si estuviera paseando a un perro. Llega al barrio con su caminar erguido y señorial, saludando a las señoras que a esa hora chismean en la puerta de alguna de ellas, sonríe a los niños que juegan en la acera, mira con desconfianza a los chicos ya en la adolescencia que se agrupan junto al poste de luz, entra en la bodega a comprar cigarrillos y caramelos de menta, y luego se dirige hacia su casa, donde en la entrada lo recibe siempre el menor de sus hijos, Rubén. Lo abraza, le da un beso en la mejilla y le pregunta, como un saludo, por su mamá y por Lidia, la hija mayor, de trece años, la luz de sus ojos, la princesa de la historia, la que representa todo lo bueno y dulce que queda en este mundo.
Cuando al fín entra, lo primero que hace, luego de los besos y saludos ceremoniales, es ir a la habitación de su hija, abrazarla, darle el regalito de todos los días y conversar un buen rato con ella, de la música, de las tareas, de la ropa, los libros y las muñecas, infinidad de temas, muchos de ellos ajenos a su edad, todo con tal de verla, de oírla; con los ojos entrecerrados, ladeando la cabeza, sonriendo, viéndola, tan bella. Un oasis de blancura tras el hollín de la jornada.Lidia a su vez le recibe calurosamente, le llena de besos y papitos, se sienta en su regazo, le quita los anteojos casi sin medida, le mira profundamente mientras le va contando todo lo que ha hecho en el día ,le muestra sus dibujos y cuadernos, le canta alguna canción y,acariciándole la barbilla,va cubriendo a su padre con una miel, un almíbar ,que le durará todo el día siguiente ,protegiéndolo como una coraza de todo el tizne de la ciudad.
Pero miren que un día, a las cinco de la tarde,luego de comprar los cigarrillos y al pasar cerca del poste adolescente, el señor Bueno escuchó, o creyó escuchar, aparte de los saludos displicentes de los muchachos, una frase que vino del más alto del grupo. De esa boca aureolada por un ridículo bozo creyó escuchar algo que lo dejó extrañado y con una mueca incómoda,como la de alguien que no ha entendido un chiste colorado:"Ahí va el papá de la ñaja".
Lentamente y con la misma mueca se drigió hacia su casa pensativo,intrigado,pensando en la maldita frase. Pero a mitad de camino dio media vuelta y regresó al grupo de muchachos para enfrentar al autor de aquel disparate.
-Qué fue lo que que dijiste?-Le preguntó con voz calmada pero firmemente.
-Nada nada maestro-Respondió el mozuelo bajando la mirada.
-No pasa nada maestro,disculpe-Agregó otro de los chicos. Éste era mucho más bajo que el anterior pero poseía una voz más limpia y fuerte, denotaba autoridad.Al decir esto bajó también la mirada y se retiró del lugar con los demás siguiéndole.
El señor Bueno se quedó solo,parado bajo el poste de luz,viendo a los muchachos irse,llegó a escuchar una risita burlona seguida por un cuchicheo,pero estaba tan absorto con la frase,además de cansado por el trabajo ,que decidió no insistir y retomó el camino a casa.Cavilando.
Porqué dijeron que era el papá de la "ñaja".Hasta donde él sabe,se le llama así a la persona operada por labio leporino.Labio de liebre.Los había visto,sabía cómo eran,los había escuchado,hablaban raro.Se escuchaban raro.Recordó que en el colegio donde estudió había un chico así,se llamaba Óscar,recordó que una amiga le había comentado que si no fuera por la horrible cicatriz de su boca sería muy guapo;aún así ,Óscar era punto frecuente de las burlas e infamias de sus compañeros, lo que le hizo huraño y retraído.Trataba de no llamar nunca la atención,era casi un fantasma.
Pero Lidia.Lidia.Ella no podía ser así,la belleza que él veía al entrar en su habitación era verdadera, el sonido que brotaba de sus labios era una melodía dulce y cálida que lo sedaba al punto de hacerle olvidar,a él,vendedor de puerta en puerta,el hambre y el agotamiento que su oficio le causaba.Todo lo que rodeaba a su hija era un universo regido por la estética,la armonía,la virtud, feudo del cual los belitres de aquel barrio estaban expulsados.¿Cómo podía ser que esos hijos de la suciedad hicieran de él condumio de la duda?
Pero lo hicieron.Y mientras en su mente seguía construyendo el altar dedicado a sus hija ,con la mano izquierda de su corazón escarbaba en la memoria,en los recuerdos que subyacían anclados bajo el tupido follaje de la conciencia.Y fue allí,muy adentro,donde encontró esos pasajes que,obscuros a fuerza de negación, empezaron a carcomer aquella dulce pátina que el deseo y,quizás, el amor fueron depositando en sus ojos,sus oídos,sus manos, haciendo de la realidad ese lugar confortable por el que valía la pena soportar toda la fealdad del día a día.
Y vio a su hija jugando con sus muñecas, sola en su cuarto,pálida,hablándoles como a las amigas que nunca venían a visitarla.Vio a las vecinas mirándola subrepticiamente,hablando bajo,cada vez que salía con ella de la mano en el paseo dominical.Vio las caras de los niños practicando difíciles gestos que él no entendía .Vio las burlas,las medias sonrisas,cada vez que hablaba de Lidia y su belleza inmaculada a sus amigos,a sus vecinos,a sus propios hijos.Yvio a esa amiga de la infancia trocar el nombre de Óscar por el de Lidia diciéndole que si no fuera por esa horrible cicatriz sería muy guapa.
Entonces fue que cayó de rodillas,justo en el momento en que Rubén salió a recibirlo.Éste llamó a su madre y con ella prácticamente remolcaron al señor Bueno al interior de la casa,al viejo sofá de flores verdes frente a la foto familiar.Gruesas lágrimas caían por sus mejillas,un chillido agudo e incesante colmaba la habitación.Se le acercó un vaso de agua,no lo bebió.
-¿Qué pasa papi?-Le preguntó su esposa mientras le quitaba los lentes para tratar de secarle la cara.Una mano la partaba.
El señor Bueno no contestaba,seguía llorando,pero apretando los ojos,moviendo la cabeza de un lado a otro,esperando el momento inevitable en que su hija vendría también para consolarlo.Qué podía hacer,se hundía cada vez más en el sofá,su mentón ya casi tocaba el pecho,se llevó una mano al hombro,una punzada le obligó a respirar más fuerte;las manos de su esposa e hijo le abanicaban mientras apuraban a Lidia para que viniera y les ayudase.Hubiera querido decirles que no lo hagan,que no llamen a su hija,pero era difícil,su respiración se dificultaba cada vez más.Ineluctablemente los segundos transcurrían ,acercando elmomento de la verdad.
En el autismo de la desesperación el señor Bueno sintió que se sentaban a su lado.Sabía quien era.Algo parecido a la verguenza le hizo secarse las lágrimas de una forma penosa y rauda,aunque no evitó que siguiera con los ojos cerrados.Los mantuvo así,fuertemente cerrados,implorando por que todo esto no estuviera ocurriendo.Su vida era feliz,era feliz con su verdad,tan exhaustivamente construida;llegaba del trabajo a las cinco,mostraba la imagen respetable que de él tenían los vecinos,amaba,se solazaba con lo edificado.Amaba y era feliz.En ese mismo momento tendría que estar con su hija en su dormitorio jugando,cantando,acariciando el rostro de Lidia para cerciorarse de la alegría que lo embargaba.Pero en vez de eso estaba ahí,hundido en el sofá,ciego por voluntad propia,escuchando una voz nasal,obscura,sucia e incomprensible que lo empujaba,inexorable,a la realidad tan laboriosamente evadida.
No lo soportó.Enjundioso se levantó,apartando la mano caritativa,para salir de aquel tugurio que le sofocaba.Salió,y se paró frente a una ventana de su casa para secarse las lágrimas y verse reflejado en sus vidrios ,para acomodarse los anteojos.Apenas lo hizo.Una línea gruesa y sinuosa,rosada,que le nacía en las fosas nasales y le cruzaba la boca como un gusano lo ahuyentó hacia la calle,obligándole a correr despavorido, como una liebre,sin rumbo; entre la gente que ahora se le antojaba hostil e infamante.